Budapest, Navidad de 1944. La ciudad devastada por la guerra, un país arrasado, un continente avergonzado que ya no sabe hacia donde mirar a pesar de que en él sigan existiendo personas lúcidas, fuertes y pacientes que sigan creyendo en el final desecho que está por llegar. Porqué reconstruir es difícil, sobretodo con piezas de una realidad hecha trizas, con la inconsistencia de un sueño roto, en la soledad de la ansiada liberación.
La novela se sucede bajo tierra, sobre ella solo desconsuelo y devastación, a la espera del final del asedio del ejército rojo a la ciudad, que deberá liberarla de la persecución de la Gestapo y los militantes de la Cruz Flechada. Aunque la situación es extrema y el género humano egoísta por naturaleza, desde su rincón Erzsébet no pierde la esperanza, sobrevive por ella y por aquellos a los que quiere, pese a que la certeza del reencuentro se vaya desdibujando entre el estrépito de los cañones y lanzamientos de la gran fábrica destructiva que supone la guerra.
El final, trágico y punzante desde la comodidad y la distancia que otorga el paso del tiempo; real, en cambio, en el momento presente de la novela, en el estado de excepción en el que sume la guerra al escenario del sótano y sus protagonistas.
Sándor Márai demuestra una visión extremedamente lúcida en un momento donde nada es lo que parece. La liberación, tantas veces imaginada, nos muestra su cara oculta más amarga.
Porqué también puede existir arte y belleza allí donde no llega la luz (Caballerizas Palau Güell, Antoni Gaudí)
Los sótanos siempre han dado mucho juego simbólico... Recuerdo El tragaluz de Antonio Buero Vallejo, y cómo la observación de la vida a través de la ventana del semisótano era tan certera o más, con su juego de luces y sombras proyectado dentro de la vivienda, que la vida que transcurría al otro lado del tragaluz. Me apunto a la lectura de Liberación, como me apunté a El último encuentro y Confesiones de un burgués.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar