domingo, 29 de abril de 2012

El gran Gastby

Sin una palabra de más, aunque no por ello con imágenes de menos, Fitzgerald consigue crear a unos personajes y su ambiente que atraparían hasta al lector más abstraído en una vorágine que te lleva a recorrer la segunda mitad de la novela a un ritmo trepidante, casi acelerado, mientras crece en tu interior la curiosidad y cierta inquietud que no te abandona ni con la conclusión de la historia. La siempre mítica Nueva York y su sociedad de los años 20 quedan dibujados en los trazos finos pero concisos que define el poder del dinero y el de los apellidos que lo poseen. Círculos cerrados difícilmente penetrables ni con el honor que parece definir a la voz del narrador ni con el áurea de plenitud misteriosa que cerca a Gastby, al gran Gastby.

domingo, 15 de abril de 2012

La montaña mágica

Fue en la página 495, hacia la mitad de la novela, cuando creí que nunca llegaría a escribir esta entrada. Mi montaña mágica ha tenido una lectura varias veces interrumpida aunque mi tenacidad ha podido con la reiterativa vida en el Berghof, también rota por la intensa actividad interior sobre la condición humana que marca y cambia de manera profunda a Hans Castorp, el protagonista de estos 7 años de estancia en un sanatorio de los Alpes Suizos. Es difícil opinar desde los tiempos actuales sobre una novela de ese tipo; la evolución del género, no sé si paralela a la de la sociedad, parece alejarse de las reflexiones eternas que pueblan las páginas de esta novela a través sobretodo de las peculiares figuras de Naphta y Settembrini, educadores de nuestro protagonista. Discusiones a veces un tanto eternas, de alta exigencia y agudeza mental que dificultan esa lectura nocturna que a tantos nos gusta pero nos coge algo cansados después de las obligaciones de un día de trabajo. Caracterizada con la posibilidad que ofrece una novela de este calibre y durante las páginas de aire fresco que se suceden entre reflexión y discusión de los protagonistas, uno consigue evadirse a los paisajes nevados de Davos-Dorf y casi paladear una de las pantagruélicas comidas servidas en el sanatorio que, como en el mismo género de la novela, parece que tampoco estén hechas para los estómagos de hoy.

Mi montaña mágica, para endulzar un poco la seriedad de la entrada




domingo, 8 de abril de 2012

Tiempo de Arena

Cuando tengo que emprender un viaje me sobreviene la necesidad interna de empezar un libro nuevo. Sentada en la silla del aeropuerto, nunca antes, estreno la primera de las páginas que conseguirán, siempre optimista, que la espera resulte más placentera. La elección tiende hacia una lectura entretenida, que añada emoción a las horas tediosas de peligro de trombosis que hoy en día suponen los ayer llamados viajes y hoy renombradas peripecias aéreas.
La verdad es que me acerqué al libro con curiosidad y con el recuerdo de la increíble prosa de Dulce Chacón, hermana de la autora y finalista del premio planeta 2011, como reclamo esencial. Quizá algo floja al principio, la novela coge ritmo y sabe dejar al lector con ganas de más al final de cada capítulo. Toledo acontece el lugar idóneo como marco a esa rigidez de heredera de todo hacendado español que busque su perpetuidad. Situaciones y pensamientos que, aunque algo repetidos en literatura y otros ámbitos, simplemente por haber pertenecido a la vida real de un país y a las historias de cada família, no están excentos de emoción, bañados en las pinceladas exóticas que marcan los orígenes y el devenir de esta familia de mujeres que protagoniza unos tiempos, no sé si de arena pero todavía muy difíciles para su género, en la España de principios de siglo.