viernes, 23 de marzo de 2012

La ciudad de los prodigios

Otra vez caigo en una elección sin casualidades. Hace años que sus páginas amarillentas intentan llamar la atención de entre los demás lomos de la estantería ante una mirada, la mía, que había permanecido imperturbable ante los prodigios que pudiera ofrecerme la maravillosa ciudad de Barcelona y los trajines de su protagonista en esta novela. Pero es el momento el que hace la obra y mi ahora el instante en el que decido sumergirme en las calles y las gentes de la Barcelona de fin de siglo, para caminar por sus rincones e ir viendo las transformaciones de la ciudad que ha ido siendo antes de constituir la urbe que conocemos hoy en día. De la mano de Onofre Bouvila, por el que no he conseguido tener simpatía ni compasión en ninguno de los momentos de la narración, Eduardo Mendoza esboza un maravilloso panorama social, político y cultural, reflejo de esa época convulsa en la que una emergente clase burguesa pugna por tirar adelante un país y unas iniciativas en el que una aristocracia historicista y todavía con mucho poder quiere mantener anquilosado en el pasado. Dos hitos marcan los márgenes de la novela, la Exposición Universal de 1888 y la de 1929. Ambos eventos han dejado una huella profunda en la fisionomía de la ciudad; reflejo de cada momento histórico que acontece un instante único.
Castell dels 3 Dragons, LL. Domènech i Montaner, 1888 y Pabellón alemán de L.Mies van der Rohe, 1929, arquitecturas e imágenes de una época.


sábado, 10 de marzo de 2012

Mentira

Este es el título de uno de los mejores regalos literarios de reyes de todas las épocas. Aunque fue hace un par de años, recuerdo a la perfección el placer increíble de descubrir y leer a Enrique de Hériz. No solo la historia, llena de pequeñas reflexiones maravillosas donde detenerse, sino una prosa poética y inteligente, cargada de una sensibilidad muy especial. Repetí con Manual de la Oscuridad con el que quizá me costó un poco más empezar, pero que sin dudar me acabó atrapando en su magia y en el aprendizaje que debe llevar a cabo la singular persona que protagoniza el relato.
Aunque el paso del tiempo ha borrado los pensamientos frescos de una contraportada recién cerrada, Enrique de Hériz deja huella profunda; un recuerdo cargado de placer y muchas ganas de seguir descubriendo su obra.

martes, 6 de marzo de 2012

Diario de invierno


Aunque escrito en temporada invernal, acontece en ese momento otoñal en el que sin llegar al fin, se intuye el ocaso de un ciclo, en este caso, el ocaso de todo lo sucedido, del aprendizaje y su aterrizaje, de un sentir y un sufrir, en definitiva, de un vivir.
Lectora fiel de Paul Auster, no deja de mostrarnos en este diario como puede brillar un crepúsculo; el de la experiencia con todas sus palabras escritas. Un manejo sensacional de las dos dimensiones, tiempo y espacio mezclados en un continuo devenir siempre hilvanado, más próximo a veces y más alejado en otras, a lo que contribuye el uso de la segunda persona mantenido en toda la narración. Un relato sincero que en ningún momento cae en artimañas artificiosas para llegar al lector, prosa limpia, directa y rápida.
Interesante también el punto de vista de un americano sobre la cultura francesa en algunos aspectos determinados que, aunque solo sea por proximidad, quizás uno entienda mejor desde nuestras latitudes.
Porque aunque a vista de pájaro todas las historias parezcan la misma, detrás de cada ventana existe un siempre singular diario de invierno