martes, 2 de octubre de 2012

Almas grises

1914-1918. El mundo está en guerra, aunque solo sea oyendo su intenso fragor de fondo, como ocurre en la provinciana localidad escenario de la novela. El día a día se sucede gris y frío, más aún cuando el cadáver de una niña vecina es encontrado junto al río. 20 años después, el policía que siguió el caso recorre de nuevo los paisajes y los personajes de antaño, en una sinuosidad bien ajustada que construye un hilo argumental claro, de metáforas suaves y frases cortas, ofreciendo cierto margen de interpretación a la comprensión de cada lector.
La caracterización de los personajes se genera de manera desigual; arquetípicamente bien dibujada acontece la figura del fiscal Destinat, mientras que el dúo formado por el juez Mierck y su esbirro genera un tándem  algo más vacío de contenido que puede llenarse con facilidad con la llana maldad de cientos de figuras paralelas que pueblan tantas obras ya escritas.
El título sobreviene juicio justo a los personajes, almas grises y miseria moral que rebasa sus contornos para construir la atmósfera general de la novela. Indiferencia ante el horror cotidiano, vidas roídas en un mundo pequeño y rencoroso que ni la intensidad esbozada en el amor del protagonista hacia Clémence, consigue tan siquiera rasgar.

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