En el palacio de la luna resuenan las historias de 3 voces y los ecos de aquellas otras que, presentes y pasadas en sus vidas, configuran sus bagajes y escenarios.
Marco Fogg será a quién conoceremos primero; marcado tanto por lo viajero de su nombre como por la deriva en la cual vagan sus días hasta que, aquél complementario que existe para todos en cualquier lugar imprevisto, le devuelve a una realidad nueva y tangible, gracias a la cual entrará en contacto con el excéntrico y viejo Mr. Effing, al que el lector irá conociendo entre lecturas y paseos compartidos.
Aunque sus casuales vínculos parecer tener un fin anunciado con la muerte del segundo en un calculado 12 de Mayo, otra de las muchas casualidades que hilvanan esta historia hará la última entrada de la mano del orondo Salomón, quién, redondeado lo que pudiera resultar una narración imposible, intentará a la vez dar un giro a la mediocridad en la que el mismo ha decidido disimular sus días.
Paul Auster sale de Brooklyn hacia la cercana Manhattan, el mundo de las universidades americanas y Columbia, pero también los parajes perdidos de llanuras y colores imposibles de Utah, con todo aquello que resta por el camino. La narración da giros radicales despistando y manteniendo en vilo a un lector cuya sensación no es otra que la de que cualquier cosa puede ocurrir en las páginas por venir. La sorpresa se alterna con periodos más tediosos y reflexivos, inteligentes y llenos de referencias, compartidos a veces e incomprensibles otras, especialmente cuando se contemplan desde la comodidad del sillón de lector.
Paul Auster
Febrero 2004
sea cual sea nuestro techo, siempre nos quedará la luna