martes, 6 de marzo de 2012

Diario de invierno


Aunque escrito en temporada invernal, acontece en ese momento otoñal en el que sin llegar al fin, se intuye el ocaso de un ciclo, en este caso, el ocaso de todo lo sucedido, del aprendizaje y su aterrizaje, de un sentir y un sufrir, en definitiva, de un vivir.
Lectora fiel de Paul Auster, no deja de mostrarnos en este diario como puede brillar un crepúsculo; el de la experiencia con todas sus palabras escritas. Un manejo sensacional de las dos dimensiones, tiempo y espacio mezclados en un continuo devenir siempre hilvanado, más próximo a veces y más alejado en otras, a lo que contribuye el uso de la segunda persona mantenido en toda la narración. Un relato sincero que en ningún momento cae en artimañas artificiosas para llegar al lector, prosa limpia, directa y rápida.
Interesante también el punto de vista de un americano sobre la cultura francesa en algunos aspectos determinados que, aunque solo sea por proximidad, quizás uno entienda mejor desde nuestras latitudes.
Porque aunque a vista de pájaro todas las historias parezcan la misma, detrás de cada ventana existe un siempre singular diario de invierno

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